Thursday, December 28, 2006

AMELIE ES DE PELICULA

Una de las escenas mas emocionantes del film francés “Amelie” es cuando uno de los personajes encuentra en una caseta telefónica, una caja de lata oxidada que guarda pequeños objetos atesorados de su infancia. Todo bajo la atenta mirada -un segundo plano- de la protagonista, que ha provocado ese acto infinito de amor.
Cuando se es niño, los momentos felices se atesoran, queriendo ingenuamente eternizarlos, al punto que se pide una y otra vez, que nos reiteren un gesto feliz.
En ese plano, traigo a mi memoria recuerdos de imágenes atesoradas, y me pregunto donde estarán aquellos juguetes que tanto amamos, que fueron de ellos.

Me pasa, lo mismo, con recuerdos urbanos de Concepción, preguntandome el paradero de tantos elementos públicos significativos, que será de ellos :
Como las calesitas con caballos estacionadas frente a la plaza que eran los taxis de la época y que perfectamente podrían funcionar todavía.
O los adoquines de muchas calles centrales de la ciudad que son excelentes pavimentos peatonales y que seguramente estarán bajo carpetas de hormigon, o pavimentando domicilios particulares, o arrumbados en alguna parte.
Igualmente los tranvías municipales, del cual todavía se ven algunos rieles como la calle rengo que dobla hacia la plaza de armas.
O las butacas aterciopeladas, espejos, mármoles de gradas, lámparas de lagrimas y mobiliario del antiguo Teatro Concepción o del antiguo Palacio Consistorial.
Asi como se recuerdan los objetos, también los ritos urbanos, van quedando registrados en la memoria, denotando que la apropiación del espacio urbano va cambiando, de acuerdo a la contextualización temporal, mutando los significados del espacio, desperfilando ciertas simbolizaciones, y trastocandose el fin verdadero, de la celebración.

Prácticamente, nadie vive la plaza como se vivía antes, la misa de la catedral ya no tiene esa significación social que tuvo, y el paseo al Astoria es historia enterrada. El uso del espacio, cambio para siempre.
Muchas fiestas y celebraciones cotidianas, tal vez las mas propias, como ritos de la ciudad han desaparecido, perdiendo muchos espacios el acontecer que los animaba, y desmantelando su significado. Han sido reemplazados por otros aconteceres, con otros significados, en otros lugares.
La percepción de un lugar en la ciudad, depende de quien lo mire, la significación otorgada es particularmente personal, dependiendo del curriculum vivencial.
Hay personas a los cuales la ciudad no les dice nada, porque no tienen vínculos ni memoria, y hay otras, a las que cada lugar, les condensa su historia, con episodios e intensidad emocional, aunque el lugar ya no sea el mismo o haya desaparecido. En ello siempre hay un sentimiento de perdida, de sentir las ausencias, a las que daríamos el alma, por volverlas a vivir, por un instante, que sea.

Desgraciadamente “Amelie” solo es un personaje ficticio, y no puede estar aquí, para hacernos felices, trayendonos algunos recuerdos al presente. Ella es de película.

EFECTO DE DEMOSTRACION

Aunque tal vez, sea producto del “efecto de demostración” en la cual uno quiere tener la ultima adquisición del vecino, aquí en Concepción se siente una envidia incontrolable cuando en Santiago se inauguran numerosas bibliotecas top, se abren diversos centros culturales, se suceden las principales exposiciones en el nuevo Museo de la Moneda o se anuncia el inicio de obras del nuevo Teatro de la Municipalidad de Las Condes
Aunque en la ciudad capital de Chile concurra la cultura a escala nacional por el tamaño citadino y se concentre la elite económica, que es la gran consumidora de cultura en el arte y el espectáculo, se deja sentir una corrosiva sensación de desolación cultural en este rincón del sur.
Se puede soportar la discriminación de todo tipo por ser de provincia, pero la desventaja que ejerce no tener acceso a variados lugares de “creación cultural en vivo y en directo”, a menos que nos desplacemos 1000 Km. de ida y vuelta, hace pensar que hay un tremendo desequilibrio en la política cultural nacional, especialmente en su distribución territorial. La regionalización tampoco funciona en este aspecto.
Es valido que hay políticas locales de desarrollo cultural, pero son demasiado mezquinas, especialmente en cuanto a infraestructura arquitectónica.
Aun no comprendo como la estatal Universidad del Bío Bío no tenga una buena sala de exposiciones en el centro de la ciudad, y tampoco sea importante para las universidades privadas. Y que prácticamente los únicos centros culturales citadinos de divulgación masiva que tenemos, sean la Casa del Arte y el Aula Magna para una urbe con una población de más de 1 millón de habitantes.
A excepción de tres institutos binacionales, de la U. Católica de la Santísima Concepción y especialmente de la U. de Concepción, a la que reconocemos su gran preocupación histórica por la cultura local, no es posible entender que la mayoría de las universidades no tengan recintos adecuados para la difusión cultural como centros de documentación, registro audiovisual, escenarios de exposiciones, eventos, conciertos, en definitiva cultura al alcance de todos. Y que tampoco no haya instituciones autónomas que asuman que la cultura es un producto de consumo permanente. La ciudad culturalmente ha descansado en lo universitario, cuando debiera ser parte de un “Proyecto Ciudad”.

Considerando lo deficitario de la sala de exposiciones en el subterráneo del edificio consistorial y la biblioteca municipal como espacios para divulgar la cultura, es inexplicable que la Municipalidad de Concepción, no haya tomado la iniciativa para impulsar el proyecto del “Teatro Pencopolitano” -proyecto Bicentenario 2010- y se haya entregado esto a una corporación privada.
Es cierto que el proyecto de diseño del teatro planteado por el arquitecto Borja Huidobro es abultado, muy caro y escapa a nuestro contexto cultural que no es tan de elite, pero la iniciativa da pie a pensar en un “Gran Centro Cultural Municipal” emplazado en ese lugar o en otro, que alberge diversos recintos para la divulgación de una cultura masiva tanto del espectáculo como de museos y salas de exposiciones.
Aunque este sobredimensionamiento proyectual no ha contribuido a una buena estrategia para vender esta gran idea para nuestra ciudad, uno se pregunta en que momento las múltiples colecciones universitarias de insectos, de geología, de paleontología por ejemplo tendrán espacios adecuados para su exposición y conservación o las temáticas locales mas significativas como los terremotos o el desarrollo industrial histórico merezcan el lugar que le corresponden en nuestra museografía o tantos temas universales como la arquitectura moderna, la tecnología, la antropología o las artes clásicas puedan ser accesibles a niños de Lota, de Aguita de la Perdiz o de Santa Juana que tal vez jamás conozcan.
Si miramos que otras ciudades de Chile, tal vez mas provincianas que Concepción se han aventurado en una política cultural municipal mas ambiciosa como Talca, Puerto Varas o Valdivia, contando esta última con un complejo cultural de gran factura arquitectónica frente al río Calle Calle, es que algo deficitario nos rodea.

La cultura es la “religión” actual que promueve el alma de las grandes ciudades, le otorga contenidos profanos a lo trascendente estimulando el conocimiento, el debate, la superación de lo contingente, que a veces, parece aplastar lo mas significativo de la existencia. Hoy el encuentro urbano esta en las expresiones culturales. La cultura hace ciudad.
Al parecer, la “cultura formal” entra más por osmosis, que “estudiandola” en un aula, y se percibe que nuestra realidad urbana contiene una carencia absoluta como búsqueda masiva de culturización, que vaya más allá del pop, de los reality show o de la cultura basura.
El arquitecto Cristian Fernández Cox decía el otro día en el programa de TV “ Una Belleza Nueva “que para acceder a la plenitud de la vida profana había que buscar siempre la triada “Belleza – Verdad – Bondad”, y que la primera era la puerta de entrada a las otras dos. Así, al menos, pensaban los griegos.

Wednesday, December 27, 2006

LAS LECCIONES DE FELLINI

Aunque ha pasado mucha agua bajo el puente del Tiber, el film Roma (1972) del director italiano Federico Fellini, es un referente muy vigente para encontrar una verdadera definición de ciudad, a través de su relato escenográfico. Al recorrer sus calles, sus monumentos, sus plazas, sus claros y oscuros, nos va cautivando la intemporalidad urbana de su intensa vida, fuente eterna de su vigencia.
Reflexionando sobre el estudio que intenta recuperar el Centro de Concepción, creo que esta película, nos define cuatro elementos de la ciudad que van surgiendo a través de los episodios, al describir la vida diaria de Roma, revelando nítidamente lo que nunca debe perder una ciudad. Son rasgos insustituibles de la “ciudad eterna” -así llamada- y aplicables a cualquier urbe. En este caso, a la trama fundacional de Concepción.

Inicialmente, la primera escena en una noche de verano calurosa todos los habitantes de los edificios de la ciudad se vuelcan a la calle y en mesas compartidas, las familias comen juntos intercambiándose los platos, en medio de calurosas conversaciones y cruce de afectos, opiniones, gestos y acercamientos. Aquí se plasma la necesidad de la vida en los espacios públicos exteriores, ya sea en plazas, calles, pasajes de barrios, vecindarios o del centro en que se produzca intercambio ciudadano, sin segregación ni marginación de nadie. Todos pueden expresarse. La vida privada esta supeditada a lo público. Es la fiesta de la cotidianeidad, y de lo corriente, que nos devuelve a la familiaridad.

Cronológicamente, la siguiente escena, sigue secuencialmente un largo recorrido de entrada a la ciudad, en medio de una gigantesca congestión vehicular que va mostrando como desde diversos puntos todos los caminos parecen conducir a Roma, con la típica “fauna felliniana” en que se funden lo grotesco, lo insólito, lo humano, lo dramático y lo burlesco de una manera única, mostrando la diversidad mundana, y en que todos parecen ser atraídos a un centro luminoso. Gravitando como satélites alrededor de un sol vivo y ardiente. Certeramente, remata en el circo romano, como si todos “sintieran” la ciudad como un gran evento.
El equipo de camarógrafos en medio de la llovizna y la lentitud, como en una peregrinación, nos revelan una ley urbana : todo debe ir a un centro, sin dispersión, para que la ciudad se vitalice con las añoranzas y sueños, de quienes viene de afuera, esperando algo. El centro es el dentro gravitatorio de lo publico, para atraer el encuentro de lo diverso, de la rica complejidad, que se condensa en un lugar, que no se diluye ni se dispersa. La “anti-ciudad” se desgravita hacia fuera. Eso es la ruina. La ciudad, aquí es descrita, como una celebración en que siempre va a suceder algo significativo.

De una manera casi documental y fortuita, la tercera secuencia transcurre en los subterráneos del metro en construcción, en que se abre un forado, descubriendo un espacio arqueológico rodeado de antiquísimos frescos . A medida que va entrando oxigeno, todos los frescos de fuertes colores empiezan a esfumarse. De una manera metafórica da cuenta como el progreso, va borrando la historia, pese a los intentos inútiles de evitarlo. Es un llamado a la preservación de la historia, de la herencia soterrada, que es la base de la memoria de la ciudad actual. En cierta forma, el patrimonio no debe ser expuesto al avance despiadado del presente, para que sea destruido, sino que delicadamente guardado como hueso santo.

La última escena surge desde las sombras de un antiquísimo palacio que alberga a la aristocracia romana, en un desfile de moda de atuendos religiosos, del cual surge como una aparición la figura de un Papa resplandeciente, que todos veneran.
Detrás de un aparente sarcasmo, Fellini, revaloriza la tradición y los ritos como actos del alma citadina más trascendente, fusionando lo anacrónico y decadente con los presagios futuristas, la trascendencia con el respeto sacro. Vida y muerte celebrada.
Esto confirma que los mitos de una ciudad, como algo inherente, sus creencias y veneraciones, sus ritos y celebraciones, sus liturgias y fiestas de guardar, más allá de lo contingente y el corto plazo, son vitales a su identidad urbana. Es el espíritu de la pesadez que asienta la memoria colectiva en algo superior. Eso, alienta la pasión por una ciudad, el amor por lo urbano, que desborda nuestro yo, para sentirnos verdaderamente como un ciudadano.
Lo invisible del Genius Loci -los espíritus de un lugar- que trasciende la vida material, en definitiva sostiene a una ciudad, más que el cuerpo arquitectónico. El ánima venerada, es el suspiro que alienta la materia : La creencia sostiene el rito, y el rito, sostiene la fe.
Una ciudad se puede resumir en cuatro palabras que son las características insustituibles de su vida urbana, y que no pueden faltar : Encuentro, Gravitación, Memoria y Rito. Debilitar, algunas de estos componentes, solo provocará la lenta decadencia de una ciudad. Probablemente, no permanecerá eterna como lo ha sido Roma.

EL SAUDADE DE PROVINCIA


Interpretando una critica literaria, no tan reciente, creo que uno de nuestros mejores escritores locales ha sido atrapado por el “Saudade” de la ciudad. En su última obra no hace mas que darse vuelta en lo mismo. Esta contando la misma historia. Como consuelo, a todos a veces, nos pasa lo mismo.
Esa sensación de estar deliciosamente recluido para caer siempre en lo mismo, me recuerda la película “ Atrapados en el tiempo” en que actúa Bill Murray, donde el argumento radica en la reiteración eterna de un mismo día. Todos los días se repiten exactamente los mismos ritos cotidianos. Es exasperante como rutina.
Según Edward, el critico literario que analiza su ultima obra, a este escritor local le pasa algo parecido, pues aun cuando tiene una gran habilidad con el lenguaje y un rico imaginario, parece estar atrapado en un mismo tema. Al parecer no puede, o no quiere explorar otros universos, ni menos arriegarse a emprender obras mas trascendentes, construir algo mas que cuentos y novelillas. Da para pensar, la desmotivación de tocar techo, y no querer crecer más.
Ademas de caer un poco en la autoreferencia, tendencia, en la cual suelen caer algunos creadores, yo concluyo, que mas bien lleva mucho tiempo viviendo en esta ciudad. Si quiere hacer algo mas, deberá emigrar, como los futbolistas. Así lo vieron Vargas Llosa, Cortazar, García Marquez que se consagraron en Europa.
Esta ciudad produce “saudade”, que es un término de origen portugués y tendría una traducción en cierta “nostalgia de un lugar”, casi como una fiebre.
En lenguaje universal, el saudade es “la nostalgia del terruño”. En Concepción, se traduce literalmente en esa nostalgia por ese “encierro humedo”. Alguien penquista que esta afuera de Chile, me confiesa que añora lo “percan”, ese moho que se forma en el calzado guardado en espacios cerrados.
El sino urbano de esta ciudad, a veces, contiene ese dulce veneno que nos lleva a sostenernos en un voluntario “autoencadenamiento”. Nos sentimos aparentemente satisfechos, comodamente anidados –aunque interiormente un tanto inmóviles- porque intuimos muy adentro de nosotros mismos, que nuestra afán conquistador se ha diluido y nos hemos dejado estar. Ese “nos hemos quedado” -una forma de autocomplaciencia en la medianía- ataca a moros y cristianos, incluso a los mas encumbrados. No sospecho, por qué en parte, el carácter provinciano tiene la culpa de todo, y por qué nos atrapa.
Siempre recuerdo al director de cine Federico Fellini, que huyendo de la provincia, no hizo más que desplegar su nostalgia por ese arrullo pueblerino en todos sus filmes para no olvidar su propio humanismo. Es paradojal y contradictorio, que necesitando del terruño, debamos huir para poder crecer, y a veces es mas sano salir arrancando, para no caer en este “ saudade”.
Esta autoreferencia provenzal – en que todo gira en círculo- nubla la visión. La percepción del tiempo es mas lenta, con una determinación sin urgencia como si tuviéramos toda la vida para resolver las cosas : dejar hacer, esperar, para después. Escasea pasión por lograr cosas, mas rapidas. Finalmente nos pasa la cuenta. Lo curioso, es que esta lentitud, la resolvemos con la urgencia de corto plazo : cuentos y novelillas en vez de una gran novela. Algo mas trascendental.
El Fado de Lisboa, forma de saudade cantado, es lento y melancólico. Muy poético, porque el saudade tiene cierta poesía y el tiempo parecer ir de otra manera, cautivando ese “laissez fer”.
Es curioso como la ciudad, mide su grado de metropolizacion, por el paulatino abandono de este saudade, y caer en cierta mecanicismo urbano en que la urgencia va borrando el amor al terruño. Nos vamos haciendo más cosmopolitas con toda al problemática que trae el anonimato, la indiferencia, la masividad y la cultura suburbana que elimina la instancia barrial y vecinal. Aceledaramente. El estrés es indicador de urbanización progresiva.
Finalmente, nos hara salir de nuestro giro en circulos – lo local- para entrar en la universalidad, porque en definitiva la globalidad nos hace ampliar al mirada y mirar mas alla de la cordillera de la costa y del horizonte, para aventurarnos en otros universos y explorar otras tematicas. Concepción necesita salir al mundo, aparecer marcado en el mapamundi.Presiento que este critico santiaguino nos dijo a todos, que dejemos este “darse vuelta en una misma historia”, para que nos adentremos mas alla, explorando otros mundos mas actuales, renovandonos nosotros mismos. Aun cuando, esto signifique dejar el “saudade” encerrado en un closets con llave, y se ponga percan

LOS ESPIRITUS DE UN LUGAR

A veces la sincronía de ciertos hechos en un lugar, hace pensar que existe lo providencial, que en muchos casos se concertan dimensiones de confluencia metafísica, coincidencias inducidas por el “Genius Loci” o espíritu de un lugar. Como si los fantasmas del pasado, estuvieran detrás de nosotros, para susurrarnos algún mensaje al oído.
Coincidente con la reciente publicación del libro “Concepción Desaparecido / Memoria Visual 1860-1939” de Cartes Montory y Alejandro Mihovilovich y editado por la Editorial Pencopolitana que trata sobre la ciudad que ya no está, que registra en fotos su imagen arquitectónica y urbana histórica desaparecida, y en la cual uno de los iconos arquitectónicos fue el bellísimo Palacio Consistorial – de estilo francés que albergaba a la Municipalidad de Concepción y que curiosamente, como una ironía de la historia, le tocó ser demolido por el abuelo de la actual alcaldesa-, en estos mismos días, en la ciudad, se ha desatado una disputa por el destino que debe tener el edificio que deja la intendencia, para trasladarse a su nuevo edificio en donde se radicara el gobierno regional. Esto desembocara en una consulta ciudadana a quienes residimos en Concepción.
Es un fenómeno interesante observar como una problemática urbana-arquitectónica toma tanto protagonismo. Esta en juego, la imagen de la ciudad.
Mas allá de justificar o rechazar la decisión del Gobierno Regional, representante de la autoridad central, y cualquiera sea lo definitivo, esta afectará profundamente al alma penquista. Se ha tocado algo muy profundo en el orgullo penquista, pues se percibe como si el peso de la historia se nos hubiera venido encima, el pasado precipitado en el presente, como si en esta idea se anidaran espíritus muy ancestrales.
Dejando atrás el juego del poder político, lo más significativo para la memoria colectiva es escuchar el sentir de la ciudad, con toda la carga emocional que representan los iconos arquitectónicos. Estas instancias tan significativas no pueden reducirse a una problemática inmediatista, sin tener una mirada de “proyecto ciudad” que considere el largo plazo. Aquí esta el tonelaje de la historia urbana con un acento en la significación cultural, que debe ser considerado.
La iniciativa para que el edificio de la intendencia frente a la plaza permita el traslado de la municipalidad, no puede entramparse por no tener clara la permanencia de las otras dependencias. Solo pone de manifiesto, que estas rencillas políticas, al final, solo perjudican a la ciudad.
Históricamente, la ciudad tuvo el Palacio Consistorial frente a la plaza. Por el efecto devastador del terremoto del 21 mayo de 1960, tuvo que ser demolido, por los excesivos daños. Creo que ese error histórico, hoy tendría otra perspectiva. Posiblemente se hubiera restaurado, por la conciencia patrimonial que ha desarrollado la sociedad chilena.
Hoy, es la oportunidad histórica de poner nuevamente a la Municipalidad en el lugar que debe estar, y saldar una deuda histórica: entregar el edificio que deja la Intendencia Regional frente a la plaza para que el municipio vuelva frente a la plaza, como sucede con todas las ciudades hispanoamericanas, fundadas con las reglas urbanísticas del Consejo de Indias español.
Nadie más que un penquista, sabe que la ciudad perdió sistemáticamente todos sus palacios y arquitectura de estilo que tuvo el “Concepción Belle Epoque” de principios de XIX por los terremotos, y del cual hoy no queda prácticamente nada. Y que por lo mismo, la ciudad necesita de un palacio como icono emblemático, aunque sea este, edificado posterior al terremoto del 39, por la significación que tiene en la psiquis de la ciudad.
El edificio Municipal diseñado por el arquitecto Sergio Larraín García Moreno, que se construyo en el sitio actual de la sede municipal, a mi entender es un muy buen edificio, pero no constituye un paradigma de solemnidad que caracterice a un palacio, como debe corresponder a un edificio publico, sede del gobierno local.
Como hemos olvidado la significación de las cosas y la sacralidad de los lugares, no le otorgamos la importancia que se merece, al carácter icónico que tienen los edificios y representan las instituciones. Y con esto, se cree que todo es indiferenciado, y se ve igual. Hay una relativización, en que todo da, casi lo mismo.
Eso no es así. En cierta forma, hay que poner las cosas en su lugar.
No hay que olvidar, que tal vez, la causa sea, el contexto actual en que vivimos, cuyos rasgos se centran en el pragmatismo. Nuestra existencia actual, se desenvuelve en una época desmitificada, sin matices, en que importa la funcionalidad. No hay valorización a la significancia de las cosas, ni menos, valor de los ritos citadinos. Solo importa lo cuantificable.
Lo que más desconcierta a la ciudad, es que se decida algo tan significativo para la historia de Concepción, sin tomar en cuenta su Genuis Loci. Creemos que merecen mas que nunca, atención, esos espíritus tutelares como fueron Pedro del Río Zañartu, Victor Lamas, Binimelis y tanto otros.
Presiento, que el espíritu de muchos personajes históricos de Concepción, que ya no están, andan algo inquietos, rondando por ciertos lugares de Concepción, a ver si son escuchados.

RELACIONES TOXICAS

En el diseño de un proyecto de arquitectura es básico entender el entorno, lo que el lugar es, su contextualización. Si no es fiel al lugar, la solución será forzada, y el espacio, mal resuelto. Lo planteado no funcionará como se anticipó, y el contexto será afectado negativamente.A la inversa, puede ocurrir que una intervención arquitectónica muy puntual, modifique positivamente todo el contexto de un barrio, aun de una ciudad.Un proyecto emblemático de repercusión global es el Museo Guggenheim de Bilbao, tal vez, la ciudad más gris de España. De ser una ciudad sin atractivo, hoy atrae muchedumbres de todo el mundo que peregrinan al museo para visitarlo, siendo cautivados por su brillo y audacia arquitectónica. Toda la ciudad tiene una relación nutritiva, con este edifico, por su enorme impacto. Bilbao se ha convertido en una ciudad más amable.En este caso, el efecto de lo arquitectónico dinamizó lo urbano. La intervención puntual de un órgano recuperó y vitalizó a todo el cuerpo citadino. Fue clave su emplazamiento, retroalimentando positivamente lugar y arquitectura.

La lugaridad tiene una medida precisa. No es lo mismo, emplazar un almacén en la mitad de una cuadra que en la esquina por sentido común, o una capilla que requiere silencio para la oración conviviendo con un mercado, o un bar. al lado de un colegio.Se producen relaciones toxicas entre lugar y arquitectura cuando esta no le es fiel, y también, cuando la cohabitación de aconteceres arquitectónicos no se corresponden, destruyendo finalmente el sentido de lugar, con efectos negativos en todo el contexto.Los lugares tienen espíritu, lo que se llama el “Genius Loci”. Toda intervención arquitectónica debiera gestarse comprendiendo lo que el lugar requiere. De no ser así, la propuesta será ajena al contexto, no “encajará”, negándolo. Pudiendo, incluso, destruir su lugaridad.Es expresión de decadencia urbana cuando lo tóxico de una relación, hace convivir actos que se repelen, o se anulan o se devoran entre si en el espacio arquitectónico. Al igual que en las relaciones humanas, una mala influencia lo puede complicar todo.Los lugares son muy sensibles, y los buenos lugares para vivir, doblemente. Es muy delicado intervenir cuando la atmósfera de un lugar es armoniosa, en que todo calza y se le introduce un cuerpo extraño, que puede afectarlo, provocando un efecto disruptivo, o arruinándolo parcial o completamente. Un caso paradigmático, ocurre si en una calle residencial se instala un local de vida nocturna, o si en un barrio comercial se emplazan actividades molestas como industrias contaminadoras o bodegas de transito pesado. Se acaba la paz.

Igualmente la paz citadina se puede perder con una intervención a escala urbana que produzca relaciones tóxicas. Probablemente no se habrá respetado la lugaridad, lo que es lugar.No basta el voluntarismo de una acción cívica, como único requisito, para que todo funcione automáticamente en una ciudad. Para ello existe la planificación urbana, que vela por la plena convivencia de las actividades, de los ritos cotidianos y los actos celebratorios de una ciudad.La arquitectura y el urbanismo ante todo, crean lugares en la cual el espacio adquiere significación para las personas. Esta puede ser tóxica o nutritiva.

El emplazamiento de un proyecto urbano, de alto impacto, como es el proyecto de Pedro de Valdivia Bajo puede igualmente producir relaciones significativas positivas, si se crea una lugaridad amable. Es necesario entender que hay lugares, y lugares para cada acto. Lo adecuado o lo equivoco, dependerá de la sensibilidad con que se maneje la relación entre lugar y arquitectura y de como cohabiten sus actividades.Si esto no se respeta, se puede sentenciar que habremos establecido, relaciones tóxicas.

METROPOLIS

El director cinematográfico Fritz Lang construyó uno de los grandes clásicos del cine cuyo título Metrópolis ( 1927), sugería el destino urbano del siglo XX. Palabra que caracterizo el “emergente citadino” y del cual su evidencia actual, tiene un parámetro definitorio de un conglomerado mayor, de gigantescas proporciones, de gran complejidad, epígrafe de lo masivo y anónimo, o sea, la “superciudad” como una creación monstruosa, y casi maquinal. Lo inquietante de esta película era su mensaje, casi profético, de deshumanización.
En oposición, o casi en una misma línea, Marshall Mac Luan acunaba en los 70, el concepto de “aldea global”, para referirse a la interconexión que se ha ido tejiendo entre las diversas comunidades, reduciendo las distancias, e integrando a todos en una cultura planetaria. Lo cierto es, que desde una aldea a una metrópolis existe una enorme distancia. Aun cuando, hoy se podría afirmar que una metrópolis es una aldea multiplicada.
Concepción, por su crecimiento, transita hacia una metropolización urbana, y en este recorrido, la ciudad esta adquiriendo una complejidad creciente, percibida como una comunidad que se fragmenta en múltiples grupos, creando una atmósfera mas cosmopolita, menos provinciana y mas dispersa.
Por la diversidad de visiones que cohabitan, la ciudad se esta poblando de masas criticas que gravitan en torno a subculturas y grupos de intereses y valores mas diversos, que acentúa las diferenciaciones como entidades singularizadas.
Aun cuando se percibe una cierta cohesión social, en esta complejización se acentúa la afirmación de la diferencia y diversidad que trae aparejado una convivencia, un tanto, descomprometida, indirecta y paralela, que va en camino hacia la indiferencia y anonimato de las grandes ciudades.
La formación de elites y grupos autogravitantes como la burocracia estatal, el mundo empresarial, la intelectualidad con todas sus vertientes, los profesionales emergentes, los bloques universitarios, el mundo poblacional, las tribus urbanas, el mundo financiero y de negocios, las generaciones X autoreferentes o los baby booms, las vecindades suburbana top y marginales, que junto a las subdivisiones comunales y sectorizaciones de rubros, por nombrar algunos, crean formas de cultura y convivencia que difieren entre si, generándose escalas de prioridades e intereses muy diferentes, que si bien se entrecruzan, poseen distintas motivaciones valóricas y de pertenencia.
Se puede afirmar que el control social de una aldea, por su pequeña escala, homogeniza a una comunidad primando un común patrón de valores y creencias en que no difiere mayormente la cosmovisión y la cohesión social de sus individuos. Es casi asfixiante, por su falta de individualidad y tolerancia.
A diferencia, en la ciudad, los lenguajes y los códigos de vida diversos tienen necesidad de universalización y consenso, que guardan cierta aceptación, por cierta relativización e indiferenciación asumida, que no puede ignorar un contrato implícito de “exclusiones mutuas sin intromisiones”. Es el nuevo control que ejercen las grandes ciudades basado en el respeto social que permite la diversidad. Son subculturas que se toleran, pero que se reafirman en su diferenciación identitaria.
En cierta forma, conviven numerosas aldeas, cada una con sus propios códigos y valores, que no se tocan, aceptándose mutuamente.
Esta convivencia, mas bien funcional, que teje redes para su ensamblaje social y desarrollo vital, requiere de un habitat paralelo para el acontecer privativo, y otro entrecruzado para el acontecer publico simultáneo que permita cierta superposición estructural para su encuentro como comunidad. Es como el traslapo de distintas ciudades, en una sola.
La creciente cultura suburbana alienta esta diferenciación que nos aleja de ese espíritu provinciano del “todos nos conocemos” y de ese “sentir común” de pertenecer a una “patria chica”. Y aunque nos liberamos en cierta forma, de la homogenización, corremos el riesgo de caer en la fragmentación social, la segregación inevitable o la fría indiferencia del “cada uno hace lo que quiere”.
Si existían instituciones que provocaban cruces de los segmentos sociales como hacer el servicio militar, mezclarse todos en una misma universidad o trabajar interactuando transversalmente, esto se ha ido desdibujando. Hoy es probable que la vida penquista se caracterice por existencias mas paralelas que nunca, porque se están perdiendo esas instancias de vidas entrecruzadas, acentuándose mas la individualidad y la libertad identitaria. Es lo uno por lo otro, pues, todo tiene su precio.