Monday, April 16, 2007

SE VENDE PAISAJE


SE VENDE PAISAJE

Concepción es una ciudad de altos y bajos. El paisaje circundante, por la topografía accidentada de cerros y valles, tiene una macro-espacialidad que induce a un natural voyerismo. Ser observadores desde arriba o desde abajo comporta tener un espíritu contemplativo de la realidad circundante.
Todos soñamos con atrapar el cielo, el paisaje, las estrellas, la ciudad, el río, el mar a través de una ventana íntima, para que sea solo nuestro. En esa poética, como un “efecto matrix”, todo se minimiza y se inmoviliza, para que solo se desplace nuestra emocionalidad. Hay una cierta perdida del valor de la realidad, cuando se ha visto el cielo. Cuesta regresar a la tierra.
Los miradores del cielo como los satélites artificiales, los observatorios astronómicos o un simple balcón mirador que siempre buscan lo aéreo ejercen un extraño poder de seducción. Nos sentirnos ínfimos, casi encogidos, pero con un dominio visual de las vastedades, hasta donde permita el ojo.
Concepción es una ciudad observatorio de vastedades. Al igual que el firmamento y las nubes, el sol y la luna, las aguas correntosas que cruzan la ciudad, las estrellas y los astros se posan para construir escenarios que son verdaderas pantallas paisajísticas, casi de películas.
Me viene a la memoria el paisaje que se observa en el puente Llacolen que cruza el Bio Bio, desde diferentes puntos y giros. Es un macro-mirador, que visualiza la conjunción del agua y el cielo, el paso lento de las nubes que se van transformando, la interferencia de las gaviotas y la ciudad detrás, mientras discurre el agua entre las arenas. En esa fusión agua-aire hay algo irreal, casi surrealista. Es una entelequia del espacio vasto.
El macro-paisaje, también debe reducirse para ser contemplado : ejes miradores, balcones, plataformas y terrazas, puntos, enfoques, giros, movimientos apaisados, encuadres, recortes y acotamientos, en fin. Es la humanización del espacio vasto. Es el control visual que direcciona y enfoca.
Esta búsqueda de lo aéreo, casi como una compulsión arquitectónica de la ciudad, al final se puede reducir a un producto comercializable : se vende paisaje lejano. Lo inmobiliario, descubrió la vastedad.
Ese distanciamiento visual que se busca en nuevos proyectos residenciales en altura como “edificios miradores” que han proliferado, por toda la ciudad, curiosamente se distancian de la cotidianeidad de la calle, se desarraigan del suelo, haciendo ordinario lo excepcional. El paisaje lejano esta siempre ahí.
No se si la levedad del habitar en altura en forma permanente, mantenga la tensión visual, pero la ciudad entera es un espectáculo diario, a mano. Una celebración, siempre disponible.
Pienso en otras urbes, y no encuentro tantos giros visuales ni enfoques múltiples del paisaje como en esta ciudad. Más que una ciudad con una perspectiva, es una ciudad de vastedades multiplicadas e interdireccionadas: hay puntos en que se ve la ciudad, el mar, el río, las lagunas, los cerros, la ciudad. Es una conjunción embriagadora.
Hay algo nuevo, en esta tendencia de buscar el paisaje lejano. La ciudad que era interior y encerrada espacialmente, esta dejando de mirarse a si misma y a acotar lo cercano. Eso crea comportamientos nuevos, más anónimos y despersonalizados que le otorgan un carácter diferente al habitar. Lo re-significan. Ya sea que se habiten más, los lugares altos y periféricos, o se construya mas en altura, lo cierto es que se ha acentuado la distancia y la búsqueda de lo lejano, como un fenómeno excluyente y separador, casi segregacionista.
Aunque se esté en un emplazamiento apretado tan típico de Concepción, como que todo siempre esta referido a dirigir las vistas, a encontrar algo lejano que mirar. El cliché, como un jingle publicitario es olvidarse de lo cercano.
Hay un descubrimiento en lo vasto que da un cierto respiro existencial, presintiéndose el hogar sin patio y sin propiedad del suelo, como un refugio mirador, que me aleja de lo barrial, de la calle, del medianero.
Mirado como algo individualista que aísla, al desprendernos del suelo firme, nos alejamos de la convivencia. Se pierde contacto con la tierra y el arraigo. No esta lo inmediato y esto hace olvidar la cohabitación, la vecindad, la cercanía del mirarse las caras. Lo lejano que cubre la atención, se posesiona del habitar, no hay otra dimensión posible más que la mirada distanciada, a vuelo de pájaro.
La contemplación es así. Lo construido aisladamente, exige distancia. Es lo propio de lo aéreo, que aleja nuestros pies de la tierra.

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