Wednesday, December 27, 2006

METROPOLIS

El director cinematográfico Fritz Lang construyó uno de los grandes clásicos del cine cuyo título Metrópolis ( 1927), sugería el destino urbano del siglo XX. Palabra que caracterizo el “emergente citadino” y del cual su evidencia actual, tiene un parámetro definitorio de un conglomerado mayor, de gigantescas proporciones, de gran complejidad, epígrafe de lo masivo y anónimo, o sea, la “superciudad” como una creación monstruosa, y casi maquinal. Lo inquietante de esta película era su mensaje, casi profético, de deshumanización.
En oposición, o casi en una misma línea, Marshall Mac Luan acunaba en los 70, el concepto de “aldea global”, para referirse a la interconexión que se ha ido tejiendo entre las diversas comunidades, reduciendo las distancias, e integrando a todos en una cultura planetaria. Lo cierto es, que desde una aldea a una metrópolis existe una enorme distancia. Aun cuando, hoy se podría afirmar que una metrópolis es una aldea multiplicada.
Concepción, por su crecimiento, transita hacia una metropolización urbana, y en este recorrido, la ciudad esta adquiriendo una complejidad creciente, percibida como una comunidad que se fragmenta en múltiples grupos, creando una atmósfera mas cosmopolita, menos provinciana y mas dispersa.
Por la diversidad de visiones que cohabitan, la ciudad se esta poblando de masas criticas que gravitan en torno a subculturas y grupos de intereses y valores mas diversos, que acentúa las diferenciaciones como entidades singularizadas.
Aun cuando se percibe una cierta cohesión social, en esta complejización se acentúa la afirmación de la diferencia y diversidad que trae aparejado una convivencia, un tanto, descomprometida, indirecta y paralela, que va en camino hacia la indiferencia y anonimato de las grandes ciudades.
La formación de elites y grupos autogravitantes como la burocracia estatal, el mundo empresarial, la intelectualidad con todas sus vertientes, los profesionales emergentes, los bloques universitarios, el mundo poblacional, las tribus urbanas, el mundo financiero y de negocios, las generaciones X autoreferentes o los baby booms, las vecindades suburbana top y marginales, que junto a las subdivisiones comunales y sectorizaciones de rubros, por nombrar algunos, crean formas de cultura y convivencia que difieren entre si, generándose escalas de prioridades e intereses muy diferentes, que si bien se entrecruzan, poseen distintas motivaciones valóricas y de pertenencia.
Se puede afirmar que el control social de una aldea, por su pequeña escala, homogeniza a una comunidad primando un común patrón de valores y creencias en que no difiere mayormente la cosmovisión y la cohesión social de sus individuos. Es casi asfixiante, por su falta de individualidad y tolerancia.
A diferencia, en la ciudad, los lenguajes y los códigos de vida diversos tienen necesidad de universalización y consenso, que guardan cierta aceptación, por cierta relativización e indiferenciación asumida, que no puede ignorar un contrato implícito de “exclusiones mutuas sin intromisiones”. Es el nuevo control que ejercen las grandes ciudades basado en el respeto social que permite la diversidad. Son subculturas que se toleran, pero que se reafirman en su diferenciación identitaria.
En cierta forma, conviven numerosas aldeas, cada una con sus propios códigos y valores, que no se tocan, aceptándose mutuamente.
Esta convivencia, mas bien funcional, que teje redes para su ensamblaje social y desarrollo vital, requiere de un habitat paralelo para el acontecer privativo, y otro entrecruzado para el acontecer publico simultáneo que permita cierta superposición estructural para su encuentro como comunidad. Es como el traslapo de distintas ciudades, en una sola.
La creciente cultura suburbana alienta esta diferenciación que nos aleja de ese espíritu provinciano del “todos nos conocemos” y de ese “sentir común” de pertenecer a una “patria chica”. Y aunque nos liberamos en cierta forma, de la homogenización, corremos el riesgo de caer en la fragmentación social, la segregación inevitable o la fría indiferencia del “cada uno hace lo que quiere”.
Si existían instituciones que provocaban cruces de los segmentos sociales como hacer el servicio militar, mezclarse todos en una misma universidad o trabajar interactuando transversalmente, esto se ha ido desdibujando. Hoy es probable que la vida penquista se caracterice por existencias mas paralelas que nunca, porque se están perdiendo esas instancias de vidas entrecruzadas, acentuándose mas la individualidad y la libertad identitaria. Es lo uno por lo otro, pues, todo tiene su precio.

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