Tuesday, October 03, 2006

CIUDAD INTERIOR

La exploración literaria es uno de los instrumentos que, tal vez, más se acerca a desentrañar algunos rasgos de la identidad de una ciudad, al presentarla como un universo cerrado, que puede desnudar sus más íntimas motivaciones, como si se describiera un psicoanálisis colectivo. Ocurre con el Dublín de James Joyce, la Lima de Vargas Llosa o el Buenos Aires de Cortazar o Borges.
Al recurrir a visiones literarias locales sobre Concepción, advierto, que al menos, parecieran tener un lugar común, y es que estas perfilan un cierto desencanto existencial acerca del contexto urbano que describen.
Advierto que esto lo resumo a partir del recuerdo mas volátil, de esa vaguedad que se ha quedado, pero es en la que mas confió, por esa evocación tan fuerte que provoca, ya sea el encierro de produce el agua, o ese ahogo que induce el invierno, o esa sensación de Cienaga que conlleva la humedad fría de lo “percan” o esa cosa grisacea de las sombras tempranas que llevan a guardarse en espacios interiores durante gran parte del año.
Los escenarios y las atmósferas de bruma, en que la ciudad se deja sobrellevar bajo unas copas, son recurrentes y contienen un espesor dramático, si bien trivial pero de cierta densidad, sin grandes expectativas pero dejando deslizar cierta frustración. En la cotidianeidad, nunca ocurren grandes cosas. Percibida estas atmósferas ciertamente opresivas, el espacio topológico podría asimilarse a una membrana estrecha sin perforaciones ni salidas a un mundo mayor.
Lo antológico retrata a una ciudad detenida, sin movilidad que se va adormeciendo en una suerte de isla, o más bien como lo indica su envolvente de cerros con un horizonte cercano que no fluye más allá. Cercado por la topografía y el agua, el penquista sueña con un mas allá, pero no da el paso a la aventura, prefiere el sentido defensivo, no explora y asiente a su nido protector. Estigma provinciano que no se sacude tan fácilmente. Le cuesta salir.
Por ello su literatura alusiva a lo antológico expresan, normalmente, lo inevitable de cierta desolación existencial traducida al ámbito espacial caracterizado por una sensación continua de encierro y adentramiento vital sin escapatoria. Ya sea en la descripción de la lluvia, las tertulias universitarias, los ambientes opresivos, la dureza geográfica, o la denuncia social. Es una ciudad de interioridad permanente que construye sus propias fronteras metafísicas, casi aislándose.
El rompimiento del encierro por salir a la aventura, que solo se rompe con el viaje, es un tema no abordado por nuestros literatos, tan propio de otras culturas mas expansivas en que esta ausente esa inquietud de movilidad, de tránsfuga. Pareciera que la ciudad lo atrapara con ese anidamiento oscuro de protegerse de lo exterior amenazante, casi con un espíritu aldeano.
El tempo es un proceso en detención, un tren sin movimiento. Parece una ciudad contenida y retenida. Atrapada en sus propios murmullos y cavilaciones.
Normalmente expresada en monólogos de racconto, y diálogos intimistas. A diferencia de la movilidad del viajar que significa remontar esos límites, trasponer las montañas que nos separan del espacio sin límites. La continua aparición de límites que nos recortan el horizonte del cielo. Se echa de menos la espacialidad liberadora.
Este tipo de desolación es comparable al Neorrealismo de los 50 del cine italiano, en blanco y negro, en que sus autores trasmiten una realidad descarnada, más bien cruda, que no se permite la evasión a este destino inexorable.
Siempre se tiene la impresión que cuando se logra escapar de los límites antológicos del paisaje, se abre los espacios despejándose los cielos para sentir con propiedad las aberturas y las amplitudes.
Es cierto que estas percepciones, un tanto existencialistas, que dejan traslucir ciertas fijaciones identitarias subjetivas y que buscan conducir al lector, son solo ficciones, pero como decía el pintor Roberto Matta, quien nos reveló sorprendentes mundos invisibles, la finalidad del arte es “mostrar” el estado de conciencia que hemos alcanzado. En este caso nuestros escritores, nos muestran un poco como somos y hacen ver a la ciudad, lo que ésta, a veces, no puede ver.
Quienes salen de la ciudad, cuando sienten nostalgia de la ciudad, la evaden o la postergan de cualquier manera, porque recuerdan que salieron casi arrancando de su sopor. Y si caemos en ese plano, podríamos pensar que el moho y el agua vendrán a rescatarnos de ese oxigeno, que respiramos, de esos horizontes lejanos, de esa luz que nos abrió los ojos y nos remeció para alejarnos de ese ahogo interior, y pueda ser que nuevamente seamos atrapados por ella, para sumergirnos nuevamente en lo fangoso y oscuro del alma penquista.

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